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Rascarle el ombligo al infinito

¿Alguna vez has escuchado la expresión “el cielo es el límite”? Probablemente sí, y aunque por decirte con esas palabras pudiera parecer algo muy reciente, lo cierto es que cada vez que el ser humano ha tenido que resolver un gran problema ha levantado la mirada. Algunos lo hacen buscando alguna respuesta divina, otros, buscando el confort y serenidad que ofrecen un cielo azul o una noche estrellada, y unos más, miran la inmensidad del cielo para recordar que el problema, aun siendo grande, no es tan grande como es una décima parte de lo que mira y que todo bajo él es menos y en alguna parte hay una respuesta.

La maravilla que es el cielo ha provocado en la sociedad un deseo incurable de surcarlo, creando para ello todo tipo de máquinas, y de tocarlo sin dejar de tener los pies en la tierra, dando lugar a los rascacielos. Estas estructuras se han vuelto un ícono del crecimiento, desarrollo y progreso material de la sociedad. Las grandes ciudades están llenas de ellos y en los más grandes se toman las decisiones más importantes y en los pisos más altos suelen estar quienes toman esas decisiones. 

Como se ve, llegar al cielo o creer que se está en él, es la forma más contundente que ha encontrado el ser humano para materializar sus sueños; parece que de algún modo esa metáfora logró convertirse en un hecho concreto y por eso es perseguido por tantos. Ahora casi nadie busca el santo grial, la piedra filosofal ni una lámpara mágica; se busca la creación de empresas con las que además de generar riqueza se espera satisfacer las necesidades de un mercado cada más amplio y más diverso, y por tanto, más complejo. Así como a los ojos del ser humano el cielo pareciera no tener límites ni fronteras, la posibilidad de tener un lugar en el mercado tampoco parece tenerlo…pero no, no es así en ninguno de los casos. Resulta que cada parte de eso que llamamos cielo, e incluso eso que está más allá y que empezamos a llamar de otras maneras, es parte de una estructura que, sin alcanzar a comprender plenamente, nos ha dejado ver los efectos de nuestras acciones, y así mismo lo han hecho el mercado y el mundo empresarial. Esta revelación ha hecho necesaria la formación de personas especializadas en cada uno de los detalles de la producción y comercialización de bienes y servicios. 

La sociedad, tras ver la cantidad de efectos positivos y negativos que tienen las posibles acciones que se realizan dentro de las empresas, sean estas grandes, medianas o pequeñas, ha establecido parámetros y exigencias que buscan el equilibrio entre crecimiento, desarrollo, viabilidad y sostenibilidad. El diálogo bajo el cielo es un diálogo entre todo el mundo. Ese diálogo, se comprenderá no es nada fácil y requiere de la participación de seres humanos que cuenten tanto con las habilidades técnicas como con las capacidades interpersonales y sociales suficientes, se necesitan personas que sean Profesionales Integrales, es decir: personas capaces no sólo de recordar protocolos y seguir indicaciones, sino también de identificar vacíos, fallas, retos y oportunidades, capaces de trabajar en equipo y atender las necesidades ya no sólo de clientes o usuarios sino de las empresas mismas, seres humanos capaces de aprender y desarrollar las estrategias necesarias para sortear obstáculos y también para saber cuándo es necesario decir no y cuándo es posible empezar a construir su propio rascacielos o empezar a ser un órgano vital de aquel que le resulte mejor.

Entonces ¿Quieres dejar de mirar al cielo suspirando por lo imposible y empezar a acercarte a él? Te invitamos a ser parte de la Escuela Azul de IME, una plataforma de formación en la que podrás reconocer y expandir tus habilidades para convertirte en una pieza clave de cualquier proyecto empresarial. Súmate, y descubre con nosotros todo lo que necesitas para alcanzar el sueño de volar y llegar tan alto que le rasques el ombligo al infinito.

Autor: Jaime González Palabras